También llamada “crisis de ansiedad”, es una sensación repentina de miedo extremo, que aparece sin que exista un peligro real que pueda causarla. Puede ocurrirnos en cualquier momento, de modo puntual, o hacerse crónica si no se trata adecuadamente.
Los síntomas más frecuentes en un ataque de ansiedad, dentro del plano emocional, son la intranquilidad, la sensación de angustia y miedo, la aprensión y la preocupación excesiva. Cursa también con síntomas físicos como palpitaciones o ritmo cardiaco acelerado, dificultad para respirar, dolor en el pecho, sensación de asfixia, boca seca, sudoración, escalofríos o sofocos, parestesia, temblores, dolor de cabeza, debilidad, mareo, visión borrosa, y malestar estomacal e incluso náuseas.
A priori, la ansiedad es una respuesta adaptativa de nuestro organismo, que nos prepara ante situaciones de peligro; activa el sistema nervioso simpático produciendo una serie de respuestas fisiológicas (aumento del ritmo cardiaco, respiración acelerada para oxigenar más nuestras células, y liberación de ciertas hormonas del estrés) que nos hacen amentar la vigilancia y la energía, con el fin de que podamos actuar rápidamente. Esto convierte a la ansiedad en algo bueno, en sí misma. El problema surge cuando esa ansiedad aparece en un momento en el que no existe ningún tipo de peligro externo real. Cuando la ansiedad se vuelve desproporcionada o persistente, afectando a la vida normal, es el momento de ponernos a trabajar para poder controlar esos estados atípicos.
¿Qué puede causar un ataque de ansiedad si no existe causa real de peligro? Un primer ataque de ansiedad suele estar precedido por un periodo de estrés intenso que está afectando la vida de quien lo padece. Un problema familiar alargado en el tiempo, un trabajo estresante, experiencias traumáticas no superadas, enfermedades crónicas o dolor crónico, la ingesta excesiva de estimulantes como la cafeína o la teína, o ciertas fobias sociales, pueden desatar un primer ataque de ansiedad, y pueden derivar en estrés crónico que genere estos ataques de forma habitual.
Cuando los ataques de ansiedad no son puntuales, debemos aprender a reconocer los síntomas, para evitar agravar el, ya de por sí, momento desagradable. Un especialista de la salud, como puede ser un psicólogo, nos ayudará a manejar estas situaciones. Sentarnos y respirar puede ser una solución momentánea, que no siempre va a funcionar. También se pueden tratar con “parches” como los ansiolíticos, que puede parecer que funcionan, teniendo en cuenta que a largo plazo no acaban con la causa que los genera.
Pero reconocer los síntomas no es lo mismo que controlarlos. Por ello, es interesante pasar por una fase de aceptación de los mismos e ir aprendiendo a dejarlos fluir sin que ello suponga que nos estresemos más. Los síntomas son muy incómodos, pero no peligrosos. Con la ayuda necesaria, habrá que reflexionar y tratar la ansiedad o el estrés que está provocando los ataques, para que poco a poco vayan disminuyendo. Hablar con el especialista nos ayuda a conocernos y saber cómo debemos aceptar y tratar el estrés, manejar la ansiedad y superar los síntomas.
Las terapias cognitivas, cognitivo-conductuales, de exposición, o las técnicas de relajación, pueden ayudar al paciente a mejorar progresivamente. Además, cierto tipo de medicamentos como antidepresivos, ansiolíticos o betabloqueantes, coadyuvan en algunos casos a hacer más efectivo el tratamiento contra la ansiedad.
¿Hay personas más propensas? La realidad es que los factores hereditarios, los ambientales, y la personalidad del individuo, pueden favorecer la aparición del estrés y los ataques de ansiedad. Las personas dependientes, inseguras, con baja autoestima, y también las controladoras, exigentes y autoexigentes, tienen mayor posibilidad de padecer ansiedad y que ésta derive en ataques incontrolados o, incluso, de pánico.
Los cambios en el estilo de vida pueden ayudar. Sin duda alguna, cuando cambiamos nuestro estilo de vida, puede mejorar nuestro bienestar físico, mental y emocional. Un estilo de vida saludable, que pase por hacer ejercicio regular y moderado, seguir una dieta equilibrada, reducir el consumo de sustancias excitantes, y mejorar la calidad y cantidad de las horas de sueño, contribuyen a generar más dopamina, serotonina y endorfinas, y a regular el cortisol. ¿Qué conseguimos con ello? La dopamina y la serotonina son neurotransmisores que generan sensación de bienestar, relajación satisfacción, aumentan la concentración y aumentan la autoestima. Las endorfinas son también neurotransmisores que generan sensación de bienestar y reducen la sensación del dolor. Por su lado, el cortisol es una hormona que hay que tener controlada, puesto que mantener elevado su nivel en sangre, produce más estrés.
Conocer cómo influye nuestro estilo de vida en nuestra salud, es fundamental para ayudarnos a reducir nuestro estrés, y por tanto, los posibles ataques de ansiedad.
Resumiendo, podemos decir que una vez que reconocemos un ataque de ansiedad, podemos poner remedio a través de psicoterapeutas y cambios en nuestros hábitos de vida. Conocernos y ser conscientes de las causas, son los cimientos para acabar con ellos.